En estos cuadros el artista catalán reinterpreta, con su particular lenguaje de signos y formas, los conocidos interiores pintados por los maestros
holandeses en el siglo XVII.
Referencia y explicación.
En esta obra, Joan Miró toma como referencia la obra El tocador de laúd de Hendrick Sorgh, cuya iconografía principal -el músico tocando el laúd, la mujer, la mesa, el perro, el gato, la ventana y el cuadro de la pared- es respetada por el
pintor catalán, a pesar de la traducción formal que hace del cuadro original.
Al igual que en el El tocador de laúd de Sorgh, Miró establece en Interior holandés I como eje de la composición al personaje masculino que toca el laúd.
Es a partir de esta figura que se distribuyen a su alrededor el resto de los elementos -perro, gato, mesa, mujer, ventana con paisaje-, así como el resto
de formas secundarias, creando un movimiento centrípeto que se desplaza como un torbellino.
En esta obra se puede apreciar parte del estilo y del lenguaje que Joan Miró
utilizó a lo largo de su carrera: formas vagamente orgánicas flotando en el espacio, vigorosos trazos negros que atraviesan las manchas de color, característicos elementos naturales (insectos) y abstractos (asteriscos), así como un rico cromatismo en el que destacan los colores primarios (rojo, azul y amarillo), el blanco y el negro.
Joan Miró no aplica las leyes de la perspectiva en el espacio, pero juega con la teoría de los colores, según la cual las tonalidades cálidas (el amarillo, el rojo o el marrón) acercan los objetos al espectador, mientras que las tonalidades frías (verdes y azules) los alejan. En este sentido, la división del fondo pictórico en dos franjas (verde y ocre) permite crear una cierta profundidad espacial en la habitación.
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