Enmarcado en el costumbrismo retrató con talento la sencillez de un atardecer, leyendas como el Mandinga, rostros que en sus expresiones tienen la misma proporción y aspereza que los alambrados y chozas.
En el campo de Florencio hay rodeos, se hacen tortas fritas para tomar unos ricos mates sin azûcar. Las mujeres son las chinitas, los caballos están siempre presentes con sus crines al viento y nunca falta el gaucho en bombachas y alpargatas.
Su obra fue expuesta en las principales capitales del mundo con notable aceptación del pûblico y la crítica, pero en el supuesto refinado círculo del arte argentino no ha tenido aûn el reconocimiento que se merece: es que pintaba de cuerpo y alma al arquetipo no-europeo.
Un artista que cuando pintaba era el portentoso y prodigioso cimarrón que todo gaucho quiere tener.
Conocé mas sobre Florencio Molina Campos en esta publicación.
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